Dicen aquellos que la conocen y la quieren, que Lisboa debería ser vista por primera vez en el tiempo exacto que dura un sollozo. Verla, por ejemplo, cuando despierta en toda su plenitud bajo la luz del alba; o bañada por las últimas gotas de sol que se afanan por teñir de oro las moribundas aguas del Tajo. Sólo entonces, después de eso, estaríamos en verdadera disposición para comenzar a recorrer Lisboa como se merece, pausadamente, sin prisas, como si un fado, su genuina banda sonora, nos marcara el tempo al caminar. Y en ese preciso instante, al empezar a deambular por sus calles empedradas, bruñidas por millones de pisadas, un repentino déjà vu se apoderará de nosotros y nos hará pensar que, sin saber cuándo, ya habíamos estado aquí antes de haber venido nunca.
Lisboa presume de estar construida sobre siete colinas, porque esa circunstancia, cuando Roma, Constantinopla o Jerusalén eran el ombligo del mundo, otorgaba titulo de ciudad noble. Esa abrupta orografía le confiere un carácter tan desordenado (a veces incluso caótico) como atractivo y singular. El resultado final es una urbe con una sucesión de titánicas subidas y bajadas suicidas, que a veces siembran de desazón el espíritu del turista poco dispuesto al esfuerzo. Pero que nadie se asuste, para evitar sofocos siempre tendremos el tranvía, con el mítico 28 como eterno estandarte. Siete colinas que, como justa recompensa, nos regalan hermosísimas vistas. Que nadie lo dude, Lisboa hay que contemplarla desde las alturas, como seguramente la vio José Cardoso Pires, escritor portugués, “posada sobre el Tajo, como una ciudad que navega”. Ese río Tajo, santo y seña lisboeta, que hasta aquí llega, fatigado, después de recorrer mil kilómetros desde la serranía de Albarracín, pero con ímpetu todavía suficiente para formar uno de los mejores puertos naturales del mundo. Con la ciudad y toda Europa a sus espaldas, el Tajo descansa al fin, justo antes de probar las salobres aguas del Atlántico.
Los barrios de moda
Chiado es elegancia; Barrio Alto, bullicioso y popular. Están muy juntos y, para conocerlos, lo más apropiado es caminar. En los últimos años, se les conoce por ser la zona más cosmopolita y animada de Lisboa. En las calles de Chiado se mezclan tradición y modernidad. Su arteria principal es la Rua Garret y, con un poco de tiempo y calma se puede encontrar prácticamente de todo: tiendas de ropa y decoración vintage, talleres de nuevos diseñadores, joyerías con objetos art nouveau, decenas de pubs y cafeterías bohemias, locales con música en directo, la librería más antigua del mundo o el célebre A Brasileira, todo un templo para los amantes del buen café, con la celebérrima estatua en bronce del poeta Fernando Pessoa, sentado en la entrada, que ningún turista olvida fotografiar. Para llegar al Barrio Alto, evidentemente, hay que seguir subiendo, cosa habitual en Lisboa. Entramos en calles estrechas, con viviendas más modestas que las de Chiado, cuyos estandartes al viento son la ropa tendida en sus balcones. Se suceden tabernas y tascas junto a talleres de antigüedades, tiendas de diseño o locales donde se puede escuchar los fados más puros, aquellos que antaño hacían llorar a las sirenas.
El tranvía 28
Si hay algo que nunca se debería dejar de hacer al visitar Lisboa, sería subir al mítico 28, posiblemente el tranvía más famoso, utilizado y fotografiado de todo el mundo. La duración aproximada de su recorrido es de unos 45 minutos y con él se puede descubrir los barrios más emblemáticos de Lisboa: Estrela, Barrio Alto, Chiado, Baixa, Alfama y Graça. Mucho cuidado con bolsos y mochilas, ya que la alta concentración de turistas hacen de él lugar perfecto para los amigos de lo ajeno. Puedes subir o bajar donde desees, pero lo suyo es hacer el recorrido completo, que va desde la plaza Martim Moniz hasta Campo Ourique, muy cerca de la Basílica da Estrela.
113 comments
Como siempre, excelente visión de una de las ciudades con más encanto de Europa, Lisboa. Me ha encantado Julio.
Gracias, Esther!!!!