Hong Kong
el Manhattan asiático
Ya lo decía Gardel, que veinte años no es nada. Realmente poco tiempo (las dos décadas que han pasado desde que en julio de 1997 Hong Kong volviera a manos de China), para que la profunda huella dejada por más de siglo y medio de colonialismo haya caído en ese “olvido que todo destruye”. Y en estas anda, desde entonces, Hong Kong: en busca de su propia identidad, tratando de asimilar que ha dejado de ser la joya que tanto lustre dio a la corona británica y acostumbrándose a que, ahora, las órdenes lleguen dictadas desde el mismísimo Zhongnanhai, la sede del Partido Comunista en Pekín. Por el momento, desde ese Pekín tan remoto como extraño, se le ha concedido el estatus de región administrativa especial (el famoso eslogan “Un país, dos sistemas”), con la clara intención de asegurar la continuidad del libre mercado capitalista pero integrado en el engranaje ideológico comunista del resto del país…por el interés te quiero, Andrés. Mientras todo siga así (el acuerdo tiene fecha de caducidad, 2047), Hong Kong seguirá siendo un auténtico nirvana para inversores y entidades bancarias. Y para los adictos a las compras, claro: la cantidad de establecimientos (de lujo o simples mercadillos) para aplacar el ansia consumista de hongkoneses y turistas sobrepasa los límites de la imaginación del más compulsivo comprador. No olvidemos que la mayoría de los artículos que se venden no están gravados con ningún tipo de impuesto; si a esto unimos una competencia feroz, resulta que los precios de Hong Kong, para casi todo, son los más competitivos del mundo. Toda una tentación.
Consiga o no encontrar su nueva identidad, lo que nadie podrá negarle a Hong Kong es el mérito de haber sabido fusionar con maestría el exotismo de la China milenaria con la elegante decadencia “british”, una mezcla que rozaba la entelequia alquimista y de la que surgió una ciudad absolutamente diferente a las demás capitales asiáticas. El gusto por conservar sus tradiciones ancestrales, unido a esa atracción desmesurada (expresada sin disimulo alguno) por el exceso y el lujo, acentúan la sensación de que cualquier cosa, por muy extraña que parezca, puede suceder en Hong Kong. ¿Que les gustan los coches de lujo? Pues juntan la mayor flota de Rolls-Royce matriculados del mundo. ¿Que hay poco espacio y se necesita construir grandes edificios….quién dijo miedo? Más rascacielos que en todo Manhattan; eso sí, la mayoría construidos bajo las estrictas normas del feng shui. Y si hay que iluminar, se ilumina, aunque sea a costa de ostentar el record de mayor consumo eléctrico del planeta.
No es necesario dedicarle mucho tiempo, tan sólo un simple paseo por Nathan Road -la principal arteria del distrito de Mongkok, en la península de Kowloon- para constatar la fiebre comercial que sufre (o disfruta) Hong Kong. Porque aquí, dejémoslo claro, ir de compras no responde a un simple acto ejecutado para satisfacer cualquier necesidad: se ha convertido en el pasatiempo nacional por excelencia, casi una filosofía de vida o una religión. Mongkok es pura adrenalina, el distrito más poblado de Hong Kong…..¡con 6.500 habitantes por kilómetro cuadrado!. Resulta casi imposible recorrer sus calles sin sentirse engullidos por la multitud, pero ya metidos en faena, no hay otra que visitar, sí o sí, los celebérrimos mercadillos de Temple Street (nocturno, en la misma calle que le da nombre) y el Ladie’s Market (Tung Choi Street), más de un kilómetro cuajado de tenderetes, la mayoría regentados por mujeres (de ahí su nombre), auténticas devotas del regateo. No esperes hacer compras originales; casi todo es imitación, pero merece la pena. Y mucho cuidado si intentas bajar demasiado el precio que te ofrecen; se sentirán tan ofendidas que puedes ser, literalmente, expulsado del puesto…a grito pelado.
Entre compra y compra, si el hambre aprieta, no lo dudes: Tim Ho Wan (Fuk Wing Street 9-11, en Sham Shui Po, uno de los barrios más humildes de Kowloon) ha recibido una estrella Michelin en todas las ediciones de la guía desde 2009 y presume de ser el más económico del mundo con esa distinción. Un auténtico lujo si superas el impacto que, a primera vista, causa el establecimiento: platos, vasos y palillos de plástico (anatema para quien ose pedir tenedor y cuchillo), mesas a compartir y un papel para marcar con lápiz la comanda. No atienden reservas y la espera para comer puede suponer un par de horas de cola en la calle. Si no has muerto del susto o de una insolación en la acera, por menos de 10 euros te puedes poner morado con la mejor cocina cantonesa, en especial los deliciosos “dim sum”, bollitos de suave masa de arroz rellenos de casi cualquier cosa (gambas, verduras, cerdo…). Para quienes busquen compras de calidad, la mejor opción es cruzar la bahía (mejor si se hace en barco) y adentrarnos en la antigua isla de Hong Kong, la que dio nombre a la actual ciudad. El epicentro comercial está situado en Causeway Bay, recientemente designada como la segunda zona comercial más cara del mundo, sólo superada por la Quinta Avenida de Nueva York. Los amantes de la electrónica y la fotografía pueden llegar al éxtasis en Stantley Street.
Antes que anochezca, imprescindible subir a The Peak, el punto más elevado de la ciudad para disfrutarla en todo su esplendor. La ascensión se puede hacer por carretera o vivir una emocionante experiencia a bordo de un funicular centenario (paciencia, las colas pueden llegar a las dos horas) que recorre los 428 metros hasta el mirador. El trayecto dura apenas seis minutos, pero tendrás para contar que has viajado en el funicular que supera la pendiente más pronunciada del mundo. Si durante el día la vista de la ciudad es espectacular, al caer la tarde, con los edificios iluminados, el skyline se convierte en una sinfonía de luces y color imposible de olvidar.
Si estos gigantescos rascacielos son los iconos del Hong Kong mundano y sofisticado, sus templos representan su cara más íntima y espiritual. Los hay por doquier, pero como no es cuestión de saturarnos, de quedarnos con uno sería el Man Mo Temple (Hollywood Road), con más de 150 años de historia entre sus paredes, dedicado al unísono al dios de la literatura y al de la guerra. En días soleados, al mediodía, este templo regala una de las imágenes más fotografiadas y mágicas de Hong Kong, cuando los rayos de sol que se cuelan por las rendijas de su techo se mezclan con la nube de humo del incienso que se quema a fuego lento en su interior.
Hollywood Road es también conocida por aglutinar gran número de prestigiosas tiendas de antigüedades (algunas con precios desorbitados) y un mercadillo donde, a veces, lo antiguo se confunde con lo viejo; un lugar ideal para comprar algún recuerdo curioso que se salga de la tónica del souvenir habitual.
La oferta hotelera, como no podría ser de otra manera, es abrumadora. Si la intención es disfrutar de las mejores vistas del skyline de Hong Kong, hay que alojarse frente a él, esto es, en la península de Kowloon. El Hotel Kerry (de la prestigiosa cadena Shangri-La), está situado en primera línea de esta bahía, en la zona de Whampao, una de las áreas comerciales más modernas y con mayor pujanza de Hong Kong. El hotel fue concebido por el arquitecto Rocco Design y el interiorista André Fu; ofrece 546 habitaciones de las que el 60 por ciento cuentan con impresionantes vistas panorámicas de la isla de Hong Kong y el puerto Victoria.
http://www.shangri-la.com/hongkong/kerry