Se acabaron las disculpas y los miedos; Nicaragua ha desaparecido de todas las listas de países «poco recomendables» para viajar. Por desgracia, había bastante de cierto en el recelo del sector turístico hacia Nicaragua: diez años de cruenta guerra civil (finalizada en 1990) habían manchado su imagen, y la etiqueta de destino peligroso era perfectamente justificable. En la actualidad, la paz se ha asentado en el país; los turistas descubren en Nicaragua un país seguro, sin atisbo de riesgo alguno, más allá de mínimos incidentes que pudiéramos sufrir en cualquier capital europea. Un lugar mágico, con tesoros intactos, de carácter cándido propio del que todavía no ha sido contaminado por la masificación turística. Es la hora de descubrir ese “triangulito de tierra perdido en mitad del mundo” tantos años olvidado que se está convirtiendo en uno de los destinos más amables y atractivos del continente americano.
Las dos joyas coloniales
Santiago de los Caballeros de León (para abreviar, aquí todos la llaman León) fue fundada el domingo de la Santísima Trinidad de 1524 por Francisco Hernández de Córdoba (la moneda nacional se llama córdoba en su honor), aunque no exactamente en el enclave actual, sino 30 kilómetros más al sur. De la primera urbe, León Viejo, tan sólo se conservan unas ruinas. En 1610, después de una virulenta erupción del cercano volcán Momotombo, el cabildo abierto de la ciudad decidió abandonarla y trasladarse al actual emplazamiento. Posteriores erupciones la sepultaron definitivamente bajo un manto de ceniza y piedra volcánica. Durante tres siglos fue “la ciudad perdida”, origen de mitos y leyendas a la altura de la Atlántida. Todos daban fe de su existencia pero nadie pudo encontrarla hasta que Carlos Tünnerman diera con ella en 1967. El abrupto abandono de la ciudad convirtió a León Viejo en la única ciudad colonial española que no sufrió alteración urbanística alguna; sus ruinas son un catálogo excepcional de la estructura social del imperio español del siglo XVI, motivo por el que, en el año 2000, la UNESCO le otorgó el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. León dejó de ser capital de Nicaragua en 1858, pero conserva el carácter de ciudad noble y culta, orgullosa de haber sido el lugar donde creció Rubén Darío, criado por sus tíos, en lo que hoy es su Casa Museo. Una tumba de mármol blanco, custodiada por una estatua de un león de lánguida mirada, guardan los restos del “Príncipe de las Letras Castellanas” en el interior de la Basílica Catedral de la Asunción. Merece mucho la pena recorrer el tejado catedralicio (hay que hacerlo descalzos, para no estropear la reciente restauración), con las mejores vistas del centro histórico de León y la cordillera volcánica.
Por mucho que le pese a León, su gran rival, Granada, es la ciudad más bella de Nicaragua; no en vano está considerada como una de las ciudades coloniales mas bonitas de toda America. Fundada también por Hernández de Córdoba (en 1524, pero unos meses antes que León), pronto consolidó su fama de ciudad rica, lo que atrajo la atención de piratas y filibusteros, que la atacaron incesantemente. La ciudad estuvo a punto de desaparecer en el terrible incendio de 1856. Por fortuna, el desastre no fue total y, con el paso del tiempo, Granada se ha convertido en la auténtica meca del turismo nicaragüense. Su centro histórico conserva el primigenio trazado en cuadrícula hispano, con calles empedradas flanqueadas por casas de colores y magníficas mansiones españolas con tejados rojos, construidas entre los siglos XVIII y XIX. Es una ciudad cómoda para recorrerla a pie, nada queda lejos. Otra posibilidad, sobre todo si el calor aprieta, es hacer el recorrido en una calesa tirada por caballos, usadas tanto por turistas como por locales. La calle principal, “La Calzada”, se sitúa a un costado de la Catedral; en ella se alinean, a ambos lados, una interminable colección de coloridas casas coloniales, alguna de ellas transformada en lujosos hoteles, como el caso del Hotel Darío. El final de La Calzada desemboca a orillas del Lago Nicaragua, al que los conquistadores llamaron “mar dulce” porque parecía no tener fin. Es el único lago del mundo donde una especie de tiburón, el Carcharhinus nicaragüensis, ha logrado adaptarse al agua dulce. En el interior del lago hay más de 360 pequeñas islas (las Isletas de Granada) formadas después de una erupción del Mombacho. Se pueden visitar en canoa o barco, y alguna de ellas están preparadas para ofrecer alojamiento. Una bella forma de disfrutar del silencio y las noches con cielos cuajados de estrellas. Muy cerca de Granada, a tan sólo 17 kilómetros, se emplaza Masaya, una pequeña población dominada por la imponente figura del volcán que le da nombre, uno de los siete volcanes activos en la actualidad en Nicaragua. Cuando llegaron los españoles y vieron las lenguas de fuego no les quedó ninguna duda: aquello era la misma “Boca del Infierno”. Para conjurar su diabólico poder, colocaron la famosa Cruz de Bobadilla. Hoy, la cruz sigue en el mismo sitio, pero se trata de una réplica. Merece la pena visitarlo, sobre todo al caer la noche, cuando la intensidad de la lava incandescente se magnifica.
Subir y bajar un volcán
Una de las excursiones más divertidas y emocionantes que se puede hacer desde León es la que nos propone el volcán Cerro Negro, famoso por su arena oscura, perfecta para la práctica del sandboard, o lo que es lo mismo, subir hasta la cima del volcán para luego deslizarse sobre sus laderas sentados (los más osados lo hacen de pie) sobre un tablón de madera. La ascensión dura una hora; la bajada tan sólo unos minutos, pero la descarga de adrenalina recompensa el esfuerzo.