Intentar describir toda la grandeza de los templos de Angkor es tarea casi imposible. Sumido durante más de 400 años en las tinieblas del olvido, Angkor es una de las grandes maravillas de la antigüedad, sólo comparable a Machu Picchu, las pirámides de Giza o Chichén Itza.
En 1858, Henri Mouhot, naturalista y explorador francés, descubría Angkor Wat y lo presentaba en sociedad como uno de los tesoros arqueológicos más impresionantes del planeta. Perfectamente mimetizados con la espesura de la selva camboyana, ocupando una superficie de 400 kilómetros cuadrados (equivalentes a la isla de Manhattan) Mouhot fue encontrando paulatinamente decenas de gigantescos templos tallados en arenisca y centenares de monumentos religiosos de menor tamaño. Ante sus ojos tenía la obra cumbre del arte Khmer (o jemer), el lugar elegido por sus reyes para ser el centro espiritual y capital de su imperio desde su fundación en el siglo IX hasta su misteriosa desaparición a principios del XV.
A unos seis kilómetros de la bulliciosa Siem Reap (el cuartel general casi obligado para todos los turistas), siguiendo la carretera Charles de Gaulle, llegamos directamente hasta la entrada más frecuentada del conjunto monumental de los templos de Angkor: la puerta sur de Angkor Thom, coronada con cuatro cabezas orientadas a los puntos cardinales. Antes de traspasar esta puerta se recorre un puente sobre el inmenso lago que rodea el fastuoso Angkor Wat, un templo que por si solo merecería la visita. Dicho puente está flanqueado por 54 Devas (dioses protectores) en el margen izquierdo y otros tantos Asuras (demonios) en el margen derecho, todos tirando, en distinta dirección, de una serpiente de varias cabezas, para mantener el equilibrio del bien y del mal presentes en la naturaleza humana. Justo en el centro geométrico de la antigua ciudad amurallada, nos aguarda Bayon, para muchos el más original de todos los templos de Angkor. Los 216 rostros que lo decoran, esculpidos sobre 54 gigantescas torres de piedra, regalan una mirada serena y una enigmática sonrisa que nos recuerda a la de la Gioconda; sonrisa que, de tener vida, sería difícil de mantener teniendo que soportar las miles de fotografías que los turistas les hacen a diario.
Angkor Wat no sólo es el más fastuoso de todos los templos de Angkor, es el edificio sagrado más grande del mundo. Todo en él es colosal: el foso que lo rodea por completo tiene una anchura de 200 metros; la torre principal (hay cuatro más, todas con forma de capullo de flor de loto) es tan alta como Notre Dame de París y su muralla mide más de tres kilómetros. La visita a Angkor Wat requiere tiempo y calma; perfectamente puede llevarnos una mañana completa si queremos disfrutarlo como es debido. Un consejo a tener en cuenta es llegar al templo muy temprano, para ver amanecer allí. Además, de esta forma, evitamos gran parte de la turba de turistas que aparecen en las horas centrales del día y disfrutamos de unas horas con menos calor y humedad. Sin duda alguna, Angkor Wat es la joya de la corona del arte Khmer, con tal despliegue de equilibrio, armonía, proporción y perspectiva que resulta del todo imposible no emocionarse con su contemplación. En sus columnas, estatuas y relieves podemos leer más de ocho siglos de la historias de Camboya.
Ta Prohm simboliza la simbiosis entre la selva y la obra del hombre. Es el resultado de cinco siglos de lenta conquista de la jungla, con rincones oníricos donde gigantescas raíces parecen surgir directamente de la piedra. Fue usado como escenario en el rodaje de varias escenas de la película Tomb Raider.
Banteay Srei, el templo de las mujeres, es para muchos el más perfecto de Angkor. Construido dos siglos antes que el de Angkor Wat destaca por el color rojizo de su piedra y por la profusión ornamental de sus muros. Es el único templo construido exclusivamente por mujeres y está dedicado al dios Shiva.