Gambia
Gambia, no problem…Gambia, no pasa nada! No es un slogan turístico, es toda una declaración de intenciones; un mantra hipnótico que, a fuerza de ser repetido hasta la saciedad, se ha convertido en la panacea universal con la que los gambianos intentan tranquilizar a los turistas, sobre todo cuando se acercan a ellos, mostrando su eterna sonrisa, para ofrecer algún trapicheo o intentar venderles algo. Para aquellos que nunca han estado en África, porque siguen considerando este continente como un territorio plagado de peligros, Gambia es el paraíso, el destino perfecto para romper esos miedos y adentrarse en esa montaña rusa de sensaciones que representa África. Gambia es parte esencial de este continente y, aunque no pueda presumir de mucho, si puede hacerlo de ser uno de los países africanos con mayor índice de seguridad.
Gambia es un país pequeño (el de menor superficie de toda África continental), fácil de recorrer en pocos días y sin necesitar grandes dosis de carretera. A vista de mapa, es una sinuosa y estrecha franja de tierra de 400 kilómetros de largo y 50 de ancho, que se adentra en Senegal siguiendo el curso del río que le da nombre. Incluso podríamos llegar a pensar que se trata de una provincia más de Senegal, con quien estuvo a punto de fusionarse en los años 80, en lo que hubiera sido Senegambia. Por aquí se cuenta que las fronteras de Gambia se decidieron a cañonazos desde el río: donde caía el proyectil, se establecía el límite. Las dos principales ciudades son Serekunda, la más populosa, y Banjul, su capital administrativa. Banjul está situada en la orilla sur del delta del río Gambia y todavía conserva algunos retazos de la población colonial de antaño. Sin demasiados atractivos que ofrecer, su mayor reclamo es el Albert Market, caótico mercado callejero situado junto la orilla del río, donde se puede comprar prácticamente de todo, desde comida hasta tallas de madera o los coloridos tejidos artesanales. En Banjul tiene su residencia habitual el dictador Jammehm, que gobierna con mano de hierro desde el golpe militar de 1994, una especie de «iluminado» que se anuncia como sanador de la homosexualidad y el ébola, entre otras excentricidades.
Desde Serekunda, siguiendo la costa atlántica dirección sur, llegamos al pueblo de Tanji y su mercado de pescado. Lo que sucede en esta playa cada tarde es un espectáculo de difícil descripción: poco antes de la caída del sol, cientos de cayucos pintados con colores chillones llegan hasta esta playa, repletos de pescado, para ser descargado y vendido. Lo primero que te invade, nada más acercarte a la playa, es un intensísimo olor; una dura y difícilmente soportable amalgama de aromas a pescado fresco, pescado ahumado y humo de leña te penetra hasta embotar los sentidos. No en vano, la playa de Tanji es uno de los enclaves más importantes de Gambia para la descarga, comercio y ahumado para la flota que faena en la costa gambiana. El trabajo es frenético y el ambiente todavía lo es más. Los cayucos, por su calado, no pueden llegar hasta la arena y son los jóvenes los que deben adentrarse en el mar, con el agua hasta la cintura, para recoger los cubos repletos de pesca. Muchos de estos jóvenes van vestidos con camisetas de los mejores equipos de fútbol europeos, con los nombres de multimillonarios futbolistas a sus espaldas. Es curioso, y triste, ver a decenas de Messi, Ibrahimovic o CR7 rompiéndose el lomo a cambio de un par de piezas de pescado por cada cubo descargado. La pesca que no es vendida pasa directamente a los ahumaderos, cercanos a la misma playa; es la única forma de conservar el pescado decente para ser consumido, debido a la alta temperatura constante y la escasez de neveras. Los ingresos obtenidos por la pesca y el turismo son los dos grandes pilares que sustentan la economía de Gambia.
Kachically Crocodile Pool es un pequeño parque situado en Bakau, muy cerca de Serekunda; su mayor reclamo es un estanque, de aguas verdosas, repleto de enormes cocodrilos. A cambio de una pequeña propina, los visitantes pueden acercarse a estos prehistóricos reptiles, hacerse fotos con ellos y, siguiendo las indicaciones de los vigilantes, incluso tocarlos. Para los gambianos, el cocodrilo es un animal sagrado y muchas parejas vienen a Kachically para bañarse en el estanque, en un ritual que les proporciona, según ellos, remedio infalible contra la infertilidad. Es curioso comprobar como, en lugares como este, el Islam (la religión más practicada en Gambia) se mezcla con la brujería y ritos tribales ancestrales. Por desgracia, en Gambia, también se siguen practicando otros rituales más deleznables, como la ablación; en algunos museos incluso se muestran las técnicas de esta horrible mutilación femenina, como si de algo digno de estudio y conservación se tratase.
La ruta de los esclavos
Janjabureh, antes llamada Georgetown y mucho antes isla MacCarthy, es un islote selvático en medio del río Gambia; su nombre estará para siempre tristemente ligado a uno de los capítulos más terribles y vergonzosos de la historia de la humanidad: la captura y venta de esclavos. Janjabureh era la primera parada para los mandingas capturados en su ruta hacia el «nuevo mundo»; un auténtico almacén humano, donde los desdichados aguardaban, en condiciones paupérrimas, a ser exhibidos y vendidos al mejor postor. Los mandingas eran hombres corpulentos y vigorosos, perfectos para el duro trabajo que les aguardaba al otro lado del océano. Las mujeres con pechos grandes y dientes sanos, también eran piezas cotizadas en las subastas. Todavía son visibles los restos de este siniestro mercado, con los grilletes que servían para inmovilizar a los esclavos más rebeldes esparcidos por el suelo. Cerca de este infame edificio está el monumento más importante de la ciudad, el Freedom Tree, un árbol que simboliza el final de la esclavitud en Gambia. Una vez realizada la subasta, los esclavos eran trasladados hasta otra isla, Saint Andrews (ahora James Island o isla Kunta Kinteh), a 50 kilómetros de Banjul, en la que quedaban custodiados antes de partir, hacinados como pescado, hacia las plantaciones de Norteamérica o del Caribe. Según cuentan los gambianos, en James Island nació Kunta Kinteh, el esclavo que sirvió de inspiración al escritor Alex Halley para crear su novela Raíces y la posterior serie televisiva que triunfó a finales de los años 70. La isla lleva su nombre en su recuerdo.