Cuando en 1891 las autoridades marítimas noruegas lanzaron el reto de establecer una ruta regular, que sirviera de nexo entre las prósperas ciudades del sur y los pueblos aislados del norte, intuyeron que habían lanzado un auténtico órdago a la grande, chica, pares y juego, si lo hubiera. ¿Quién aceptaría semejante envite sabiendo que solo disponían de dos cartas, náuticas en este caso, y apenas 28 faros balizando toda la ruta? Dos años después, el capitán Richard With recogió el guante y demostró que no hay nada en el mundo que no se pueda conseguir si la voluntad es firme. Eran las 3,30 de la madrugada del 5 de julio de 1893 cuando el MS Vesteralen, un barco impulsado a vapor, entraba en el remoto puerto de Hammerfest, con el cielo todavía iluminado por el tibio sol de medianoche. El barco había zarpado tan solo tres días antes desde el puerto de Trondheim, cumpliendo el encargo de entregar unas cartas que, de otra forma, habrían tardado en llegar a sus destinatarios tres semanas…o cinco meses en pleno invierno! Por primera vez se establecía un circuito de comunicación suficientemente rápido entre los dos extremos del país, y los pequeños puertos más septentrionales dejaban atrás, por fin, siglos de oscuro aislamiento. El capitán With había cumplido su sueño: había nacido el “Expreso del Litoral”.
Pero Richard With debía de ser un hombre realmente inquieto, difícil de conformar. Apenas un año después, y no contento con haber conseguido lo que para el resto era misión imposible, volvió a asombrar a propios y extraños dando forma a su siguiente “locura”: utilizar esta ruta postal para uso y disfrute de la crème de la crème del turismo de la época. Han pasado 120 años desde aquel lejano 2 de julio y personas de todo el mundo siguen embarcando a diario en algún buque de la compañía Hurtigruten, atraídas por el embrujo del litoral noruego. La oferta sigue siendo tan irresistible como entonces: el viaje por mar más espectacular del planeta.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que Hurtigruten no es un crucero al uso, con una filosofía muy alejada de los cánones “made in USA”. Que nadie espere encontrar inmensas lámparas, discotecas y casinos fastuosos o pulseras “todo incluido”. Es fácil comprender que otros cruceros, con largas jornadas de navegación donde lo único que podemos echarnos a la boca es mar y cielo, intenten, casi de forma obsesiva, entretener al viajero. En un Hurtigruten, todo esto es sencillamente innecesario; lo realmente importante es disfrutar del paisaje con la mayor intensidad posible. Gracias a la navegación de cabotaje todo queda cerca de nuestros ojos y las tarjetas de memoria de las cámaras se llenan con inusitada facilidad. La singladura se realiza por aguas tranquilas, al abrigo de infinidad de islas o las pétreas paredes de profundos fiordos, sin apenas sobresaltos, salvo alguna sorpresa que nos puede aguardar al enfrentarnos al bravucón mar de Barents. Los camarotes son sencillos, suficientemente amplios y muy cómodos; en los restaurantes se come bien, con un ambiente distendido y falto de protocolo en la vestimenta. Cada vez que el barco llega a un puerto, los pasajeros tienen la opción de desembarcar, ya sea para realizar alguna actividad (motos de nieve, trineos de perros huskys) o, simplemente, disfrutar con un paseo por ciudades tan bellas como Bergen, Alesund, Trondheim o Tromso. De entre todas, sin duda alguna, la visita que más expectación crea entre el pasaje es la llegada al Cabo Norte, un acantilado de 307 metros de altura, considerado (erróneamente) como el punto más septentrional de Europa.