Era inevitable: el nombre de Isla Mauricio me recordaba siempre el destino de los amores ilusionados, el típico «país escaparate» elegido por parejas de todo el mundo para celebrar ese extraño cortejo post-nupcial tan empalagoso como su propio nombre, luna de miel. Quizás yo, igual que muchos de esos tortolitos, confundía Mauricio con un simple escenario de postal, sin mayor atractivo más allá de bañarse en sus idílicas playas o ver románticas puestas de sol, entre arrumaco y arrumaco, sin otra actividad mental que la de decidir entre margarita, daikiri o piña colada. Mauricio me esperaba para demostrarme que, como un buen actor, tiene más de un registro y se niega a que lo encasillen en pastelosas comedias a lo Bridget Jones. Para empezar, esta isla, con nombre de príncipe holandés, no es otro grupo de pequeños atolones coralinos, como Maldivas o Seychelles. Mauricio es toda una señora isla, orgullosa de lucir talla grande, sofisticada, independiente y llena de esos pequeños detalles que no se descubren en la primera cita, los que de verdad enamoran. Su vecina más cercana, Madagascar, está a 900 kilómetros de distancia; ni se ven ni se molestan.
Si tuviera que elegir una palabra para definir la sensación que transmite Mauricio, ésta sería Desconcierto: uno sabe donde está, pero no acaba de asumirlo. De nada vale haber consultado mapas; una vez aquí, las percepciones cambian y te sientes más cerca de la lejana India que de la cercana África. La geografía es una cosa, pero lo que de verdad confiere carácter es la cultura. Y de culturas, Mauricio sabe un rato. A los primeros ocupantes (portugueses, holandeses, franceses y británicos) parece les dio por lo mismo: importar mano de obra gratuita, en forma de esclavos, desde Madagascar y el continente africano. El resultado fue una curiosa mezcla de razas, lenguas y religiones y que Mauricio sea hoy uno de los países más tolerantes y pacíficos del mundo; la delincuencia, prácticamente no existe. Con la abolición de la esclavitud en 1835, llegó la segunda oleada de trabajadores, esta vez procedentes de India. Los descendientes de aquellos pioneros son los que hoy conforman la comunidad étnica mayoritaria de Maurico y los que le otorgan su personalidad única.
Si eres de los que no soporta una semana encerrado en el hotel, si de verdad quieres conocer toda la magia de la “Isla de la Fortuna” (Joseph Conrad dixit), no lo dudes y toma las riendas: huye como del mismo diablo del reclamo de excursiones en grupo, alquila un coche y disponte a vivir la aventura mauriciana a tu aire. Antes de nada, has de tener en cuenta que, a vista de mapa, Mauricio engaña. Es verdad que sus mayores distancias son los 65 kilómetros que tiene de largo o los 48 de ancho (aproximadamente la mitad de la superficie de Mallorca), pero, debido a su compleja orografía, los desplazamientos se convierten en un continuo sube y baja…curva va, curva viene. Si a esto unimos que aquí se conduce por la izquierda (mucho ojo en rotondas y cruces), conviene cambiar el chip a la hora de hacer cálculos de distancia-tiempo cuando cojamos el coche.La siempre difícil decisión de dónde alojarnos, en Mauricio resulta relativamente sencilla, casi reducida al estacazo que estés dispuesto a darle a tu cuenta corriente. La oferta hotelera es amplia, con más de 150 establecimientos para todos los gustos y bolsillos, desde los «lujo asiático» (con servicio de mayordomo y campo de golf) hasta los más sencillos y asequibles, pasando por esa terrible plaga -que hasta aquí también ha llegado- de hoteles “quiero y no puedo”, donde su mejor reclamo es la terrible pulserita all included. La mayoría de los Resort se concentran en dos zonas muy bien definidas: Le Morne, al Suroeste y Trou Aux Biches, al Noroeste. No es casualidad, ya que en la costa oeste se encuentran algunas playas catalogadas entre las mejores del mundo. Péreybère, a cinco minutos de Grand Baie (para muchos mauricianos la mejor de todas) se engalana cada tarde con increíbles puestas de sol; Flic en Flac es el auténtico paraíso para los amantes del buceo. Para los que busquen playas solitarias y salvajes, hay que cambiar el rumbo y dirigirse al Este: Belle Mare es nuestro destino y el Long Beach Golf & Spa (www.longbeachmauritius.com) la mejor opción para alojarnos.
A seis kilómetros de Belle Mare (siguiendo la carretera B61), Trou d’Eau Douce es el puerto del que parten las excursiones hacia ile Aux Cerfs, la Isla de los Ciervos, un antiguo coto privado de caza para europeos pudientes convertido en auténtico highlight turístico que nadie quiere perderse. Gran parte de la isla está ocupada por uno de los campos de golf más atractivos del circuito, diseñado por Bernhard Langer y propiedad del lujosísimo hotel Le Touessrok (www.shangri-la.com/mauritius). Se puede llegar hasta la isla en una lancha rápida, pero es mucho más auténtico y divertido hacerlo de forma pausada, a bordo de un catamarán a vela, con comida y bebida incluidas en el precio. Por desgracia, hay días que ile Aux Cerfs se convierte en una auténtica romería de barcos, pero basta alejarse unos cientos de metros para encontrar un rinconcito de playa solitario, aunque haya muchos que, visto lo visto, parece que les de igual estar en Mauricio que en Benidorm.
En las inmediaciones del Parque Nacional Black River Gorges, a unos treinta kilómetros de Le Morne, una megalítica figura dedicada a Shiva (30 metros de altura) anuncia la entrada al Grand Bassin, el mayor lago sagrado para los hindúes fuera de la India. El lago está situado en el fondo de un cráter que nos recuerda el origen volcánico de la isla. Aquí, el aire está impregnado con aromas de incienso, flores, coco y plátano, las ofrendas típicas que los fieles dejan a los pies de Shiva, Ganga o Ganesh, metidos en el agua hasta las rodillas. Es un lugar de culto, al que debemos acercarnos con el debido respeto, poco frecuentado por los turistas pese a ser uno de los enclaves más auténticos e interesantes de Mauricio. Todos los años, entre finales de febrero y principios de marzo, el lago se viste de gala para celebrar el Maha Shivaratri (la gran noche de Shiva), una multitudinaria peregrinación religiosa que congrega más de medio millón de fieles provenientes de todo el Indico.
Nuestra siguiente parada, Chamarel, después de atravesar el Black Rivers Gorges siguiendo la sinuosa carretera B103 para encontrar la Tierra de los Siete Colores, una de las atracciones más fotografiadas de Mauricio; se trata de un grupo de pequeñas dunas de arena con diferentes tonalidades (la teoría dice que son siete) que han conformado uno de esos paisajes que, a veces, nos regala la caprichosa Naturaleza. Dependiendo de si nos toca un día soleado o nublado, el espectáculo puede convertirse en decepción. Con la misma entrada (unos 6 euros) también podemos visitar la Cascada de Chamarel. Sólo se permite contemplarla desde unos miradores, bastante alejados, sin la posibilidad de poder acercarnos a la caída de agua, lo que hace que se pierda buena parte del encanto.
Port Louis, la capital administrativa, se convierte en lugar de paso obligado para aquellos que decidan alojarse al norte de la isla. Lugar de paso, repito, porque atractivos, más bien pocos. Se salvan el Caudan Waterfront (la zona comercial del paseo marítimo), unos pocos edificios coloniales y el bullicioso Mercado Central (Farquhar Street), repleto de artesanía, pescado, fruta, verdura y especias. Si quieres comprar un recuerdo de Mauricio, y te gusta el regateo, este es el lugar perfecto. La primera hora de la mañana es la de mayor afluencia, idónea si quieres mezclarte con los lugareños y sentirte uno más. Merece mucho la pena recorrer los 11 kilómetros que separan Port Louis de Pamplemousses y visitar su Jardín Botánico, diseñado en el siglo XVIII. Su rincón más emblemático es el estanque de la Reina Victoria, plagado de nenúfares gigantes y rodeado de bambúes dorados.