No tengo ninguna duda: el mejor regalo que he recibido de todos mis viajes es haber tenido la inmensa fortuna de conocer y fotografiar a cientos de niños en diferentes rincones del mundo. Ninguno de ellos me ha dejado una huella tan profunda como Baba. Me encontré con él en Tendaba, su aldea, un pequeño poblado de pescadores bañado por las turbias aguas del río Gambia, parada obligada de todos aquellos que se dirigen hacia los enigmáticos Círculos de Piedra de Wassu. Era una aldea más, como tantas otras diseminadas a lo largo de todo el país, mugrienta, pegajosa y destartalada como boca de pirata viejo. Sus calles, sin atisbo de asfalto, son eternos campos de batalla en la guerra entre polvareda y barrizal; cada esquina, un laboratorio clandestino de olores punzantes diseñados para golpear y aturdirnos sin aviso ni piedad. Bajo el cobijo de la más mínima sombra, descansan perros famélicos de mirada lánguida que hace tiempo renunciaron a seguir viviendo esta vida perra, acosados sin cesar por legiones de moscas de inagotable actividad . Da la impresión que moscas y hambre fueran las únicas cosas que esta pobre gente tienen en abundancia. En Tendaba, la pobreza es el hábitat natural, una forma de vida que nadie cuestiona; es el precio por nacer, la dote de la novia, la herencia de los hijos, el legado de los muertos. Es aquí, en estas míseras aldeas de África, donde la pobreza alcanza categoría de solemnidad.
Baba nació sumergido en un oscuro pozo de silencio del que aún no ha podido escapar. Baba no puede ir al colegio, como a él le gustaría, acompañando al resto de niños de Tendaba, porque nació sordo y nunca ha logrado hablar. Tampoco ha habido nadie capaz de enseñarle un lenguaje básico de signos, aunque él se apaña para hacerse entender. Pero le basta una mirada, que alguien descubra el azul de sus ojos para ser el centro de atención de aquellos que visitan su aldea. Los hombres de Tendaba me contaron que Baba es un pescador formidable, fuera de lo normal; todos creen que ha nacido con un don, una habilidad especial que nadie sabe explicar. Superar a Baba es el reto diario de todos los pescadores de la aldea; por mucho que se esfuercen, ninguno ha logrado volver con más capturas que Baba. Escuchando a estos pescadores, viendo el brillo de sus ojos licuados de orgullo, es fácil entender, aunque no lo digan, que Baba es el niño más admirado y querido en Tendaba. Dicen que los que no preguntan y los que no oyen están más solos que los que no ven. No creo que Baba haya estado nunca solo en toda su vida, ni lo estará jamás. Por mucho tiempo que pase, por muchos viajes que haga, por muchos niños que llegue a conocer y fotografiar, nunca podré olvidar tu mirada, Baba; no olvidaré el color de tus ojos, ni tu sonrisa. Ni tu silencio.